
Era una madrugada fría de miércoles y nos dirigíamos hacia el punto de encuentro para montarnos al bus que nos llevaría a ver al Millonario. Las personas sonreían, conversaban, casi todos con sacos y chaquetas, la hora de encuentro fue las 2 am. A lo lejos se veía llegar el bus, tan largo como que seríamos la delegación más numerosa. Se dieron las primeras indicaciones antes de partir y salimos rumbo a ver al Más Grande.
Entre más cercana se hacía la hora del partido, las sonrisas eran más anchas y el sueño de ver a River Plate por primera vez iba cruzando a pasos agigantados la línea hacia la realidad. Ese 15 de marzo del 2017 en Medellín sería el primer día en que muchos manizaleños veríamos al equipo por primera vez, ¡y qué día!
En el camino nos detuvimos a desayunar cerca de La Pintada, y al rato estábamos entrando a Medellín. Seguía sin creer lo cerca que estaba de que todo esto se volviera realidad.
La entrada de la Filial Manizales fue triunfal, un poco planeada pero al fin y al cabo como la queríamos. El trapo se desplegó desde los asientos traseros del bus hasta la puerta, y a medida que bajábamos uno por uno sosteniendo el trapo y luciendo la nueva prenda de la Filial, nuestros cánticos hacían más eco al ritmo del bombo y el redoblante, a tal punto que los medios deportivos que se encontraban en el hotel salieron lo suficientemente veloces para que en cuestión de segundos lograran posicionar sus cámaras y comenzaran a narrar, lo que para ellos era un partido más, para nosotros era algo que un par de meses atrás se veía utópico.
Del lugar salieron unos cuantos argentinos que se unieron a nosotros alentando al equipo que si bien no lo pudimos ver por la concentración, dimos por hecho que nos escucharon desde sus habitaciones.
El tiempo pasó, fuimos a almorzar y las aguas calmaron, pero lo que no calmó fue el aspecto del cielo, que iba oscureciendo a medida que la cuenta regresiva era menor.
Nos quedamos un rato con la esperanza de ver al equipo salir hacia el estadio, pero el bus ya arrancaba hacia el lugar del banderazo y tuvimos que partir. La fiesta se vivía ya al interior del vehículo y se podía sentir toda la energía y pasión. Llegando al sitio, poco a poco se fue llenando, y los segundos que tardé en ponerme de pie y bajar del bus los sentí como si estuviera en el túnel a punto de saltar al césped de un estadio… El momento de bajarme fue épico y glorioso, y en ese preciso instante y solo en ese momento, sentí por primera vez y entendí qué significaba el amor por los colores, qué implicaba llevar una camiseta con una banda que te cruza el alma y no te deja jamás. Esa tarde previa al partido, ha sido uno de los momentos más emocionantes de toda mi vida y nunca antes había presenciado lo que implicaba esta pasión. Las personas cantaban, las banderas ondeaban y los instrumentos se escuchaban. Era como una pieza teatral única, en la que cada hincha fue protagonista de su propia historia y contribuyó al hilo principal. Ahora en mi mente solo tenía una cosa: el ansiado encuentro.
Volvimos a los buses y las ganas y energía aumentaban progresivamente de manera exponencial. Al bajar del bus llegó el tan aterrador momento: el cielo oscureció lo suficiente como para amenazar el inicio del encuentro con la lluvia que apenas comenzaba.
La fila para ingresar se hacía eterna, y la fiesta dentro no se hacía esperar. Esta entrada también tuvo un tinte especial. Todos saltaban, gritaban, alentaban, ‘se movían para allí, se movían para allá’. Las barras de las escaleras estaban llenas tal cual espectáculo, y por los escalones que llevaban a las gradas apenas se podía caminar. Y sí, cuando allí estuvimos la cancha se comenzaba a inundar, la intensidad de la lluvia aumentaba y los asientos se inundaban. Más sin embargo, pasado un rato el partido no se canceló, y solo quedaba esperar al pitido inicial.
Sin que importara la lluvia, la ilusión de ver al equipo salir hacia el verde césped se convirtió rápidamente en alegría y efusividad, que nos controlaron de principio a fin. Cuando comenzó el partido, los jugadores resbalaban, los pases no llegaban y ninguna jugada se concretaba, así que la suspensión del partido era obligatoria.
Entramos a las escaleras del estadio. Me desvestí, escurrí mi ropa y la puse a secar. La lluvia no paraba, y ese sueño de ver a River en persona parecía desmoronarse, pues lo peor en lo que podía pensar era que la lluvia durara toda la noche y el partido se aplazara para el día siguiente, hecho que imposibilitaba admirar el fútbol del siempre buen Gallardo.
Tras varios minutos de espera, la lluvia fue disminuyendo paulatinamente mientras la cancha se secaba un poco, así que tomé mi ropa, volví a mi puesto y comenzamos a entrar calor nuevamente para recibir la reanudación del encuentro.
Nosotros alentábamos, y el partido comenzaba a entrar en fricción. Pacientes esperábamos el tan ansiado gol mientras hinchábamos a los fanáticos locales. Se llegaba el minuto 28’ y Sampaio pitaba penal por una acción en la que Alario caía dentro del área rival. Ahora sí, el tan deseado momento por fin se acercaba. Todos con los celulares fuera, linternas encendidas y cámaras listas… Quién mejor si no era Alario para inflar la red y poner el 0-1 a favor. En la cancha festejaban, en las gradas enloquecíamos. Todos esos aquellos nuevos y antiguos en la experiencia, dibujábamos sonrisas imborrables y cantábamos a todo pulmón.
El partido seguía siendo intenso, y Juanfer no se resignaba ante el dominio de los de Ezeiza, un Juanfer que desde ya le mostraba al Tablón de lo que era capaz de hacer con un balón a merced de su zurda.
El partido seguía y el ‘Pity’ recibía un pase que era frenado por uno de los charcos, hacía un simple regate que culminaba en un jalón del rival que el árbitro sancionaba como tiro libre. Leo hacía señuelo y el mismo ‘Demente’ hacía efectivo el cobro, el arquero salía mal y Driussi solo tenía que pararla de pecho y empujarla con el arco vacío. El marcador ponía 34’ minutos y el partido era Millonario. El primer tiempo finalizó y la alegría no nos la quitaba nadie.
Dedicábamos cánticos a Napoleón, y mientras su mano agitaba caíamos en un amor a primer partido. Apenas comenzaba el suplementario y nuevamente, el de las grandes asistencias, el ‘Pity’ Martínez cobraba un córner. Un cabezazo en el área le dejaba el balón a Martínez Quarta, quien se dio el lujo de no parar el balón y como vino disparó. ¡Bombazo para el arquero! El gol se convertía cerca a nuestras gradas y la fiesta seguía como si apenas comenzara.
El partido fue de más a menos, y mientras Juanfer convertía un penal para descontar en el 1-3 final, los de River en la localidad Sur sonreíamos a más no poder y cantábamos como si fuera la última vez. Miraba hacia todos lados, me abrazaba con extraños y todos exhibíamos una cara llena de alegría.
Las cosas en la cancha terminaban ahí, pero para nosotros apenas comenzaban, para nosotros era el inicio de más viajes y travesías por River Plate… era el inicio de lo que comencé a llamar ‘la pasión por los colores que nos cruza el alma’. Y al fin y al cabo, lo que nos identifica a todos en el mundo riverplatense es una banda roja que viene de abajo y termina en el corazón.